¿Quiénes somos?

Mujeres de diferentes edades, culturas, razas y un evangelio; unidas por el amor a Jesús y a la humanidad; utópicas, inquietas, no convencionales, buscadoras, cuestionadoras ante lo impuesto, lo excluyente, y lo violento; limitadas, nos equivocamos, recapacitamos y damos vida. Somos responsables de una herencia recibida hace más de 200 años de Claudina Thévenet, quien conmovida por las miserias de su tiempo, nos invita a responder desde su modo de proceder.

¿Qué hacemos?

Construimos humanidad de la mano de un Dios bueno. Trabajamos en comunidad, en equipo. Amamos. Buscamos. Oramos. Confiamos. Perdonamos. Aprendemos. Servimos. Nos desapegamos. Guardamos silencio. Gritamos. Hacemos amigos y hermanos. Sembramos esperanza. Educamos. Escuchamos al Espíritu. Continuamos el sueño de Claudina Thévenet y sus primeras compañeras. Nos unimos con otros que hacen bien a la humanidad. Nos dolemos con Dios de lo que a Él le duele. Nos vamos a otros lugares. Dialogamos. Lloramos. Nos reímos y divertimos. Nos sentimos sumamente amadas e invitadas a trabajar con Dios. Acompañamos, a través de la educación, a las personas con las que convivimos, en especial, a las más vulneradas. Hacemos conocer y amar a Jesús y a María a través de nuestras acciones y oraciones, que es parte de nuestro modo de proceder.

Historia de la Congregación

La Congregación de las Religiosas de Jesús-María debe su existencia a la pasión apostólica y al amor de Dios que experimentó Santa Claudina Thévenet. Fiel al carisma recibido del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia, Claudina, en religión Madre María de San Ignacio, se entregó totalmente al plan que Dios tenía sobre ella.
Claudina Thévenet nace en Lyon (Francia) el 30 de marzo de 1774. Su juventud está profundamente marcada por las violentas repercusiones de la Revolución Francesa, especialmente por la cruel ejecución, ante sus ojos, de dos de sus hermanos. El perdón heroíco que entonces concede, a ejemplo de Cristo en la cruz, abre su corazón a la miseria bajo todas sus formas y la induce a darse a las obras de misericordia en una “Asociación piadosa”, para llevar hacia Dios a los que tienen la desgracia de no conocer su amor.

La íntima experiencia de la bondad de Dios y de las necesidades de su tiempo, la impulsa a entregarse particularmente a la educación de las jóvenes. Algunas compañeras que se sienten atraídas por su ejemplo la ayudan y, el 31 de julio de 1818, se ofrece totalmente a Dios obedeciendo en fe a las palabras del Padre Andrés Coindre: “Deben reunirse en comunidad”. En este momento su elección se centra definitivamente en la educación cristiana de la juventud y sobre todo de las niñas pobres.

El 6 de octubre del mismo año, sobre la colina de la Croix Rousse en Lyon, calle de Pierres Plantées, Claudina Thévenet comienza, en soledad y desprendimiento total, la obra que llegaría a ser la “Congregación”, de la cual es elegida Superiora general.

El 4 de febrero de 1823, el Obispo de Saint-Flour, Administrador Apostólico de la diócesis del Puy, concede la primera aprobación diocesana, que inserta oficialmente a nuestra Congregación en la Iglesia, confirmándola así en su misión de educación cristiana. A una segunda aprobación diocesana, con fecha de 25 de julio de 1825, siguieron, después de la muerte de la Fundadora -el 3 de febrero de 1837-, cinco aprobaciones más y, el 21 de diciembre de 1847, el Papa Pío IX otorga la aprobación pontificia sin exigir el Breve laudatorio habitual, en razón de la rápida y notable expansión de la obra en la India.

En 1842, nuestra Congregación –que lleva el nombre de los Sagrados Corazones de Jesús y de María- comienza a llamarse Congregación de las Religiosas de Jesús-María, siguiendo el parecer del Cardenal de Bonald y para evitar toda posible confusión con otras Asociaciones.

La Congregación, gracias al carisma recibido por nuestra madre Fundadora Santa Claudina Thévenet, se ha extendido de tal manera que hoy, en muchas partes del mundo, se eleva aquella acción de gracias que brotó de su corazón en sus últimas palabras: “¡CUÁN BUENO ES DIOS!”.

Carisma y Espiritualidad

Claudina Thévenet tuvo la experiencia del amor y la bondad de Dios, en un momento de dolor intenso y violencia, cuando fusilan frente a ella a sus dos hermanos. Experimenta la necesidad de perdón, fruto del amor, y lo vive.

Nuestra espiritualidad se centra en el amor de Dios, el cual es revelado por Cristo, a quién se nos invita a conocer para hacer nuestros sus sentimientos. Quien mejor lo refleja es María, mujer y madre. Como Ella, queremos hacer vida los sueños de Dios reflejando su amor.

La Eucaristía es el centro de nuestra espiritualidad, que nos invita a ser pan partido y compartido con nuestros hermanos, don del amor y fruto del sacrificio de Jesús en la cruz. Este amor debe caracterizar la vida espiritual y estimular la pasión apostólica de cada religiosa de Jesús-María.

Para Santa Claudina, su única angustia era que las personas no conocían el amor de Dios, para nosotras hoy, se vuelve nuestra angustia. Cuando se habla de conocimiento de Dios no se refiere a una realidad intelectual, sino afectiva. Conocerlo internamente para reflejarlo en nuestras acciones.

    Los elementos que conforman nuestra espiritualidad son:

    • “Conocimiento íntimo del amor y la bondad del Padre” revelada por Jesús, reflejada en María y expresada en la Eucaristía.
    • Espíritu de fe.
    • Alegría.
    • Libertad.
    • Alabanza.
    • Confianza.
    • Generosidad.
    • Reconciliación.
    • Perdón.
    • Espíritu de familia.
    • Influencia ignaciana.

    Beata Dina Bélanger

    Dina, una persona sencilla, marcada  de una gran sensibilidad artística, que sólo desea “amar y dejar hacer a Jesús y a María”. No sólo fue una joven pianista, compositora, apostólica y mística, dotada de un gran talento musical, aplaudida y alabada, con un porvenir brillante al que renuncia para darse totalmente a Jesús, sino la religiosa que en silencio se deja capturar plenamente por Jesús con una intensa experiencia espiritual. Dios solo fue su todo y no se negó a sus invitaciones.

    Adentrarse en las profundidades de un Dios Trinidad, puede resultar difícil. Dios le hace este regalo a Dina y ella nos lo cuenta sencillamente en su Autobiografía con la sensibilidad de la artista siempre atenta a la voz interior de Jesús. Lo admirable de Dina no está precisamente en estos aspectos extraordinarios comparables a los de muchos grandes místicos, sino que no negó nada a Dios, hizo de su vida una rapsodia interpretada en clave de amor, sobre una partitura del Evangelio: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.”

    Te invitamos a conocer más sobre nuestra beata en un blog dedicado a su vida y obra.

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