La espiritualidad ignaciana, un regalo para la Congregación, la cual recibimos a través de Claudina Thévenet. Empiezo con dos consideraciones que pueden ser muy obvias para algunos.
Primera. La espiritualidad de San Ignacio es el camino que Dios le fue mostrando a lo largo de su vida; su manera particular de ver la relación con Dios, la vida, las personas y la sociedad.
Segunda. Claudina Thévenet fundadora de las religiosas de Jesús-María, elige el nombre de María de San Ignacio como religiosa, por su gran amor a la Virgen y la influencia recibida de Ignacio en su manera de concretar el amor a Dios, su deseo de descubrirle en todas las cosas y a todas las cosas en él.
Sigamos el itinerario que la llevó a elegir este nombre y esta espiritualidad para nutrirse y nutrir a otros desde el modo de conectarse con Dios. Aunque son muchos los caminos que llegan a influenciar su vida espiritual y el rumbo que va a elegir para su congregación, solo abordaremos uno.
Uno de los orígenes que podemos descubrir en la influencia de la espiritualidad ignaciana[1] en la vida de Santa Claudina es el que brota de su familia. Ya que ésta le transmitió tanto a ella como a sus hermanos, una sólida formación en la vida cristiana, la oración, la generosidad y el servicio a los demás. “Claudina desde pequeña aprendió junto a su madre a visitar a los pobres, a interesarse por su suerte y a ayudarlos en la medida de lo posible[2]”. En esto podemos observar que la fe se traduce en obras, que las acciones brotan de la oración. La madre de Claudina le fue enseñando a ser una mujer contemplativa en la acción. María Antonia Guyot de Thévenet, formó el corazón de su hija, haciendo de él uno capaz de conmoverse ante las miserias de su tiempo y actuar, haciendo historia de las invitaciones de Dios en medio de la realidad.
Un corazón empático y solidario
La madre de Claudina, primero se nutrió de libros de santos jesuitas y se dejó acompañar en dirección espiritual por sacerdotes de la Compañía -es importante matizar que quien busca dirección espiritual tiene una vida de oración y trata de descubrir a dónde Dios le invita- sus obras demuestran que tenía un corazón empático y solidario, que la llevaba a un compromiso social traduciéndose en acciones concretas por los desfavorecidos de su época y a donde solía llevar a su hija desde niña. Esta manera tan peculiar de formar su corazón desde la infancia hace tan natural el modo de proceder de Claudina en su vida que marcará también la misión apostólica de la Congregación de Jesús-María.
Otro rasgo familiar a través del cual podemos seguir la huella ignaciana en los Thévenet es en las cartas de los hermanos Luis y Francisco, encarcelados por causas políticas y sociales de su contexto, revolución francesa y defensa de su ciudad natal; Lyon. Estos jóvenes escriben para despedirse de su familia ante su inminente muerte. Podemos notar una fe y confianza en Dios que no se improvisa. “Siento que la religión es una gran fuerza pues me hace mirar la muerte con indiferencia[3] y serenidad”.
Principio y fundamento
Los que estamos más familiarizados con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, recordaremos que al inicio propone encontrar el principio y fundamento, ahí invita a poner a Dios en el centro de la vida y a colocar las demás cosas en un segundo plano, a esto le llama Ignacio: indiferencia. No es apatía, es libertad ante todo: cosas, personas, situaciones. Confiando que quien sostiene en momentos de crisis es Dios. De ahí que propone que Él sea el principio y fundamento de la vida.
Muchos años después de la muerte de los hermanos esta espiritualidad sigue permeando en la vida de Claudina. Pensemos en los regalos que nos dan nuestros hermanos y hermanas de sangre y los que la vida nos regala para nutrir nuestra espiritualidad, aquellos que nos llevan a encontrarnos con Dios.
Ignacio de Loyola no se imaginó que su espiritualidad diera tanta vida siglos después a través de los jóvenes Thévenet.
Más tarde, en una edad madura, Claudina funda una Congregación con influencia ignaciana que hoy está presente en 24 países haciendo conocer y amar a Jesús y a María. Celebremos con alegría esta fiesta de San Ignacio y hagamos eco con la frase: “En todo amar y servir” o al estilo de María de San Ignacio, digamos juntas: “Sean por siempre alabados Jesús y María”.
-Celina Segovia Sarlat RJM
[1] María del Puy Montaner RJM
[2] Beatriz Vignau RJM.
[3] Del latín “indifferentĭa”, se utiliza normalmente para el estado de ánimo de no sentir ni inclinación ni rechazo por algo, pudiendo llevar al sujeto a la apatía. Su uso en la carta no tiene este sentido, sino un sentido ignaciano, como apertura radical a la voluntad de Dios.